Mientras Franck Ribéry aún guarda resentimiento hacia Cristiano Ronaldo por el Balón de Oro de 2013, Lionel Messi ha demostrado, una vez más, su grandeza no solo en el campo, sino también fuera de él. A más de una década de aquella edición histórica del galardón más prestigioso del fútbol mundial, la actitud de Messi contrasta notablemente con la de otros protagonistas de aquella temporada.
En 2013, el Balón de Oro fue otorgado a Cristiano Ronaldo, con Messi en segundo lugar y Ribéry —quien había brillado intensamente en la campaña del triplete con el Bayern Múnich— en el tercer puesto. Muchos esperaban que el francés fuera reconocido tras conquistar la Bundesliga, la Copa de Alemania y la Champions League. Sin embargo, el resultado fue distinto y su reacción ha sido tema de debate desde entonces.
A lo largo de los años, Ribéry no ha ocultado su frustración, llegando incluso a hacer declaraciones duras en contra de Ronaldo y del sistema de votación del Balón de Oro. Para muchos, su constante queja ha empañado la imagen de un jugador extraordinario.
En cambio, Lionel Messi, pese a no haber ganado el premio por quinta vez consecutiva en esa edición, mantuvo una postura admirable. Al ser consultado por la victoria de Ronaldo, el argentino respondió con respeto y elegancia:
🗣 “Cristiano es un jugador increíble y merece todo lo que ha logrado”.
Sin rastro de resentimiento ni envidia, Messi reconoció el valor del trabajo de su eterno rival. Este gesto no solo evidenció su madurez como profesional, sino también su respeto por el deporte y por quienes lo practican al más alto nivel.
Esta actitud ha sido una constante en la carrera del rosarino. Mientras muchos jugadores permiten que la amargura y la comparación constante afecten su rendimiento, Messi ha sabido canalizar cada experiencia, ya sea una victoria o una derrota, para fortalecerse.
Hoy, con ocho Balones de Oro en su haber, Messi se ha consolidado como el futbolista más laureado de la historia. No solo por su talento inigualable, sino también por su humildad, su capacidad para admirar al rival y su enfoque imperturbable hacia la excelencia.
La diferencia entre Messi y Ribéry en ese 2013 no es solo una cuestión de trofeos, sino de actitud. Mientras uno eligió el camino de la amargura, el otro siguió construyendo su leyenda con trabajo, respeto y dedicación.
La historia del Balón de Oro 2013 es, al final, una lección atemporal sobre el espíritu deportivo, sobre cómo reaccionar ante la adversidad y cómo el verdadero legado no se mide solo en títulos, sino en la forma en que uno camina su camino. Y en ese sentido, Messi ha dejado una huella que trasciende generaciones.